Por Rosa García, activista de La Comuna

El primero de mayo tenía un carácter especial para la clase obrera desde 1886, cuando en el transcurso de las movilizaciones por conseguir la jornada de 8 horas –tanto en ciudades norteamericanas como europeas–, tuvieron lugar grandes manifestaciones en varias ciudades. En Chicago, donde las condiciones de vida de la clase obrera eran especialmente duras, existía un combativo movimiento anarquista y las movilizaciones derivaron en huelgas de varios días. El 3 de mayo, en un mitin anarquista que transcurría de forma pacífica y que había sido disuelto a tiros por la policía, una bomba estalló en las filas policiales, causando varios muertos. La respuesta fue aún más brutal y el saldo de manifestantes asesinados se elevó a varias decenas. Estos hechos desataron la furia represiva de las élites capitalistas de la ciudad que instaron al Estado a ejercer la venganza y el "castigo ejemplar". El poder siempre actúa igual cuando ve peligrar sus privilegios. En pocos días fueron detenidos los principales dirigentes anarquistas, emigrantes de origen alemán, a quienes se les instruyó un juicio farsa, sin ninguna garantía jurídica, condenando a la horca a ocho de ellos. Queda para la historia la frase pronunciada por August Spies, uno de los condenados: "Habrá un momento en el que nuestro silencio será más poderoso que las voces que están estrangulando hoy".

En el congreso de los socialistas celebrados en París en julio de 1889 se aprueba por unanimidad fijar el 1 de mayo como la fecha en la que se debían desarrollar movilizaciones a nivel internacional para seguir reivindicando la jornada laboral de 8 horas. En España se celebró en 1890, con desigual desarrollo, siendo Barcelona y sus alrededores donde más repercusión hubo.


Se siguieron celebrando en los años posteriores, añadiendo reivindicaciones políticas y antimilitaristas. A partir de 1913 se incorporaron las mujeres a las mismas. Durante la dictadura de Primo de Rivera estuvieron prohibidas y perseguidas pero tras la proclamación de la II República, el 1 de mayo de 1931 tuvo una especial repercusión, celebrándose grandes manifestaciones en todo el Estado. En Madrid, fue encabezada, entre otros, por Largo Caballero, Prieto y Unamuno. Durante la guerra siguieron en la zona republicana, pero en la zona franquista la brutal represión que había sembrado de terror y muerte cada terreno ocupado, lo hizo imposible.

Durante la dictadura franquista, con el apoyo de la Iglesia católica, el Primero de Mayo fue reconvertido en una festividad católica en honor de San José y lo asociaron a festejos taurinos, partidos de fútbol o aquelarres de los Coros y Danzas de la falangista Sección Femenina. Sin embargo, a pesar de la durísima represión, los antifranquistas siguieron celebrando el Primero de Mayo de la forma que pudieron, con pancartas, panfletos, "saltos",... A partir de los años 60, con el auge del movimiento obrero y, posteriormente, del movimiento estudiantil y vecinal, esa fecha adquirió una mayor importancia, hasta el punto de agrupar a varios miles de manifestantes en convocatorias de las principales ciudades y a celebrarse incluso en ciudades más pequeñas, siempre bajo la dura represión política-policial.

El 1 de mayo de 1973, en el transcurso de la manifestación del Primero de Mayo en Madrid, un miembro de la odiada policía política (Brigada Política Social) fue abatido, en defensa propia, por un manifestante del FRAP. La represión posterior fue feroz y miles de detenidos pasaron por los despachos y calabozos de la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol, sufriendo terribles torturas, como relató uno de ellos, Enrique Aguilar, en la película-documental "El Silencio de Otros".

En 1974, el ejemplo de la Revolución de los Claveles en Portugal, acaecida apenas unos días antes, da un ímpetu a la celebración del Primero de Mayo, que en Lisboa acoge a más de un millón de manifestantes. Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Sevilla y otras ciudades aparecen tomadas por la policía, se dan pequeños "saltos", que consistían en concentraciones poco numerosas donde se gritaban consignas contra la dictadura, se sacaban banderas y se arrojaban panfletos (única forma de propaganda posible) y rápidamente se disolvían para volver a reagruparse en otro lugar, escapando así, en lo posible, de las cargas policiales. En el Primero de Mayo de 1975 se unen las luchas obreras y estudiantiles que habían cogido un importante auge, así como las vecinales. Como en otras ocasiones, hay heridos y detenidos.

En 1976, ya muerto Franco, el Primero de Mayo llega precedido de los hechos del 3 de marzo en Vitoria, donde cinco trabajadores son asesinados por la policía que dispara contra las personas concentradas en asamblea tras semanas de huelgas. Fue una masacre con cientos de heridos y los policías se jactaban de ello a través de su radio. Rodolfo Martín Villa era el ministro de Relaciones Sindicales y Fraga Iribarne, ministro de la Gobernación. Por estos y otros hechos, Martín Villa está imputado en la querella argentina.

La situación de crisis económica y política hizo que la lucha prendiera en varias zonas del Estado, llenando de huelgas, paros y manifestaciones la mayoría de las ciudades. A las reivindicaciones laborales se habían unido la lucha por la amnistía de los presos políticos y por los derechos democráticos. Además de huelgas en Euskadi, hubo otras en Córdoba y, especialmente importantes, en el Baix Llobregat y Sabadell, donde se llegó a paralizar la ciudad en respuesta a la represión policial de una manifestación que pedía una escuela pública y que se había saldado con varios heridos, entre ellos niños de entre 4 y 14 años. En el año 1976 no cesó la "conflictividad social" produciéndose varios muertos por acción de la represión policial, como Ángel Almazán, en el mes de diciembre.

Y llegamos a 1977. En enero suceden los terribles hechos conocidos como la Semana Negra de Madrid: con el asesinato de Arturo Ruiz, Mari Luz Nájera, los abogados de Atocha: Enrique Valdevira, Luis Javier Benavides y Francisco Javier Sauquillo, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez. Rodolfo Martín Villa era el ministro de la Gobernación (Interior).

A finales de abril, los sindicatos UGT y CCOO son legalizados, como contrapartida el ministro de la Gobernación prohíbe todas las manifestaciones. Caso omiso


El 1 de mayo de 1977 era domingo y en Cataluña las manifestaciones fueron muy numerosas en Sabadell, Santa Coloma de Gramanet, Mataró, Manresa y Castelldefels. En Barcelona, las centrales sindicales CNT, USO, UGT, CSUT y SOC hicieron un llamamiento conjunto a la manifestación que fue asaltada con brutalidad por la policía y grupos de extrema derecha, con botes de humo y balas de goma. Una de esas balas de goma hirió de gravedad a un estudiante mexicano que se encontraba observando los hechos desde un balcón de un tercer piso. El impacto en el corazón le produjo rotura de la aorta. Hubo muchos detenidos y heridos por las cargas policiales.

En La Coruña, Santiago de Compostela, Pontevedra, Vigo, y Ferrol se produjeron diversos mítines y manifestaciones, con enfrentamientos con la fuerza pública y jóvenes detenidos. Igualmente en Valladolid, con lanzamiento de cócteles molotov y ataques de grupos ultraderechistas. En Albacete, Salamanca, Burgos, Valencia, Gandía, Bilbao –donde hubo decenas de heridos causados por las durísimas cargas policiales¬–, Eíbar, Sevilla, Málaga, Badajoz, Don Benito,… Es decir, en la mayoría de las ciudades del estado.

En Madrid, el sindicato CCOO y los partidos de izquierdas (aún sin legalizar, excepto el PCE pocas semanas antes), convocaron una concentración en el campo de fútbol del Rayo Vallecano, centro neurálgico del barrio obrero de Vallecas, mientras que la CNT eligió la Glorieta de Quevedo. Desde primeras horas, los antidisturbios de la policía armada –también a caballo– y la Guardia Civil habían tomado el barrio, desde el Puente de Vallecas hasta el Alto del Arenal. Identificaban y registraban a quienes les parecía, con su habitual soberbia y mal trato. A pesar de ello, miles de personas acudieron a la convocatoria, produciéndose varios saltos, barricadas y enfrentamientos a lo largo de la Avenida de la Albufera y las zonas aledañas. Un vecino resultó gravemente herido en un ojo por el impacto de una bala de goma. Otro de los heridos fue el escultor Jesús Avecilla que fue golpeado con saña por los antidisturbios, sacándole por la fuerza del bar donde se había refugiado tras haberles llamado la atención por la brutalidad con que estaban actuando.

La inmensa mayoría de quienes se manifestaban eran jóvenes que sufrían altas tasas de paro y estaban hartos de una dictadura que parecía alargarse sin fin. Hubo muchas carreras, gritos por la amnistía, contra la carestía y el paro. Más carreras y más gritos, barricadas y lanzamientos de objetos para defenderse de la violencia policial. Los vecinos increpaban desde sus casas a las fuerzas represivas que se emplearon a fondo disparando botes de humo y balas de goma, incluso hacia las ventanas de las casas, persiguiendo a los manifestantes hasta dentro de los bares o los portales y las casas donde se refugiaban, ayudados por los vecinos y vecinas. Las crónicas comentaban que la Avenida de la Albufera estaba envuelta en humo.

También acudieron a la zona los conocidos fascistas de Guerrilleros de Cristo Rey, para apoyar la represión. Varios periodistas fueron golpeados y detenidos, como fue el caso de Carlos Pérez, redactor de Diario 16, cuyo titular del día siguiente fue: "La policía actuó como en vida de Franco. Fuerte represión policial en el 1 de mayo". "El resumen global de la jornada –explicaba este periódico– era: tres heridos graves, más de cien de diversa consideración, varios centenares de detenidos, barricadas, botes de humo, balas de goma y decenas de miles de manifestantes". Por la tarde se intentó celebrar la fiesta del Primero de Mayo en la Casa Campo y todo parecía estar tranquilo hasta que al final de la tarde apareció la policía a caballo y cargó contra los que se dirigían al metro del Lago, entrando incluso en la estación para golpearles.

Igualmente, los militantes de la CNT fueron atacados por la policía con lanzamiento de botes de humo y balas de goma, siendo herido un joven en la cabeza. Los asistentes se desplegaron por el centro de Madrid para seguir la movilización. Mientras, varios militantes del PSOE, con asistencia de Felipe González, realizaron un ofrenda floral en el cementerio civil de Madrid ante la tumba de Pablo Iglesias, fundador del partido, que se pudo desarrollar con total normalidad. La policía no apareció.

Leyendo las crónicas de la época y rescatando los testimonios de quienes estuvieron en esas manifestaciones nos parecen muy parecidos a hechos recientes, como la provocación de Vox, hace unas semanas, en el mismo barrio de Vallecas, con Abascal dirigiendo las cargas policiales y la policía persiguiendo a los jóvenes incluso dentro de los portales. En 1977 la dictadura y todas sus instituciones seguían intactas. En 2021 la monarquía y todas las instituciones heredadas de la dictadura también siguen intactas. La transición fue sangrienta y falsaria, apoyada en el pragmatismo y el miedo (o la cobardía) de quienes hablaban de la "desfavorable correlación de fuerzas" de los grupos antifranquistas, otra de las falacias repetidas. Si tal cosa hubiera sido así, no tendrían que haberse empleado tan a fondo utilizando la brutalidad del aparato represivo del Estado –y sus cloacas– de idéntica forma a como las utilizó la dictadura franquista. Los límites de esta débil democracia los puso –y los mantiene– la fidelidad intacta con el franquismo enquistada en las instituciones, los aparatos represivos y el ejército. No lo olvidemos.