Con la monarquía hemos topado

02/06/2025

Montejurra: ¿un crimen de Estado que salpica a la Corona?

El Rey Juan Carlos I y su hijo Felipe - Europa Press - Europa Press / Europa Press / ContactoPhoto El Rey Juan Carlos I y su hijo Felipe - Europa Press - Europa Press / Europa Press / ContactoPhoto
No habrá democracia sin justicia. No habrá futuro sin verdad. No se puede construir nada sobre una montaña de fosas, sobre archivos cerrados, sobre un rey “inviolable”

¿Qué papel jugó el rey en Montejurra? No es la pregunta de un conspiranoico, sino de un hijo que quiso dejar constancia de una verdad silenciada. En una carta póstuma recién publicada, José Miguel Ruiz de Gordoa relata lo que la Historia oficial ha preferido callar: su padre, José Luis de Gordoa, gobernador civil de Navarra en 1976, habló por teléfono con el rey Juan Carlos I la víspera de una matanza. Esa llamada y esa carta desmienten la versión oficial que presentó los “Sucesos de Montejurra” como una simple pelea entre carlistas. Todo apunta a algo mucho más grave: un posible crimen de Estado del que la corona estaría al tanto.

Apenas un año después de la muerte de Franco, en Montejurra, en Estella, un 9 de mayo se reunían miles de personas en una concentración organizada por el Partido Carlista, en un momento en el que el carlismo estaba profundamente dividido: por un lado, estaban los ultraderechistas sixtinos, cuyo referente era Sixto de Borbón, y por otro lado estaba el sector encabezado por Carlos Hugo de Borbón Parma, que había evolucionado hasta convertirse en una fuerza política de izquierda federalista que apostaba por el socialismo autogestionario. Esta última corriente representaba una doble amenaza ya que no sólo cuestionaba al rey impuesto por Franco, sino que lo hacía desde una alternativa dinástica apoyada por sectores de la izquierda. La posibilidad de un rey rojo pudo ser demasiado para los guardianes del viejo orden.

Lo que debía ser un acto político y simbólico en Montejurra, casi un fiesta, se convirtió en una emboscada con dos personas asesinadas a tiros y más de treinta heridas. Los autores materiales fueron pistoleros de extrema derecha, algunos extranjeros, que actuaron, al parecer, bajo la protección de la Guardia Civil, la Policía Armada y con la complicidad del Estado. La versión oficial habló de una “pelea entre carlistas”. La historia, hoy, empieza a llamar a las cosas por su nombre.

Cada vez que estiramos un poco las costuras de la Transición aparece el mismo patrón: violencia de Estado, encubrimiento institucional y un rey que todo lo sabía, pero de quien nadie podía dudar

Y es que cada vez que estiramos un poco las costuras de la Transición aparece el mismo patrón: violencia de Estado, encubrimiento institucional y un rey que todo lo sabía, pero de quien nadie podía dudar. Pero Juan Carlos I no fue el garante de la democracia que nos han contado sino el heredero de una dictadura que lo dejó todo “atado y bien atado”. Lo ataría en Montejurra y lo ataría también en el 23F, apuntalando su coronación definitiva como salvador de una democracia que él mismo había tutelado cuando, rodeado de generales y con media España expectante, escenificó su famosa “defensa de la democracia” con una calculada sobreactuación que lo blindaría durante décadas. La Transición, en su versión oficial, ha sido durante décadas una gran operación de marketing para la impunidad.

Si Diario Red puede publicar lo que casi nadie más se atreve, con una línea editorial de izquierdas y todo el rigor periodístico, es gracias al apoyo de nuestros socios y socias.

Montejurra, sin embargo, fue “demasiado burdo” para el relato y por eso se ocultó durante años como una pelea entre Carlistas. Pero en Montejurra, además de las armas y los muertos, habría operativos policiales, participación del Estado y, como es habitual en nuestro país, también impunidad. Y ahora sabemos, con más certeza que nunca, que también hubo “corona”. El propio Ruiz de Gordoa relata cómo, tras los hechos, su padre fue ascendido a gobernador civil de Sevilla y condecorado con la Gran Cruz de Isabel la Católica, aunque jamás llegó a recogerla. Fraga le prometió un nombramiento como senador real: ¿Recompensa por los “difíciles servicios”? ¿O pacto de silencio para encubrir una trama que tocaba el vértice mismo del poder?

Esas preguntas no han sido formuladas por ningún tribunal español porque, como tantas veces en nuestra Historia, se aplicó primero la amnistía y después el olvido. Lo que en cualquier democracia hubiera sido un escándalo de Estado, aquí quedó tapado bajo el manto de la impunidad, con la bendición de periodistas serviles y la complicidad de una derecha que sigue llamando “modélica” a una Transición plagada de cadáveres sin justicia. Esta forma de proceder podríamos bautizarla como “el método Borbón”: desde los crímenes de la Transición hasta las cuentas opacas en Suiza, pasando por la caza de elefantes en Botsuana o sus relaciones con dictaduras del Golfo, todo en la vida de Juan Carlos I ha sido una lección de poder sin escrúpulos, blindado por una Constitución que lo declara inviolable e irresponsable y por un sistema político que sigue temiendo enfrentarse a su pasado.

¿Seguirá el PSOE fingiendo que no pasa nada mientras sostiene una monarquía que es posible que a las cuentas en Suiza también sume crímenes de Estado?

Y ahora, ¿qué? ¿Seguiremos silenciando y mirando para otro lado? ¿Seguirá el PSOE fingiendo que no pasa nada mientras sostiene una monarquía que es posible que a las cuentas en Suiza también sume crímenes de Estado? ¿Seguirán el PP y Vox alabando al Borbón como si fuera un patriota cuando puede que sea el primer encubridor de los crímenes de la dictadura?

Lo dijimos cuando la jueza Servini llamó a declarar a Martín Villa y lo repetimos hoy: no habrá democracia sin justicia. No habrá futuro sin verdad. No se puede construir nada sobre una montaña de fosas, sobre archivos cerrados, sobre un rey “inviolable”. Montejurra no fue una excepción: fue la norma de un Régimen que nunca ha terminado de irse. Lo llamaron una pelea entre carlistas, como si los muertos se mataran entre ellos, ocultando que la balas provenían del Estado. Como si un Borbón no hubiera estado al teléfono como lo estuvo también el 23F. Hoy, medio siglo después, hay quien sigue repitiendo esa mentira como un mantra. Pero la Historia, esa que siempre vuelve para ponernos frente al espejo, nos recuerda lo que la impunidad no quiere que recordemos: que Montejurra pudo ser un crimen de Estado. Y ese Estado, como ahora, tenía corona.