MADRID
Era abril de 2014. El torturador Antonio González Pacheco, conocido como Billy el Niño, acudía a declarar a la Audiencia Nacional, que tenía que decir si aceptaba la extradición que solicitaba la Justicia de Argentina en el marco de la conocida como 'querella argentina', la única causa judicial que investiga los crímenes del franquismo. De manera paralela, la Coordinadora Estatal de Apoyo a la Querella Argentina (CEAQUA) organiza en la Escuela de Relaciones Laborales de la Universidad Complutense de Madrid el 'Juicio popular contra Billy el Niño'.
La Audiencia Nacional, días después, anunciaba su decisión. Rechazaba el pedido de extradición. Las torturas de Billy el Niño estaban prescritas y no podían ser consideradas delitos contra la humanidad porque, a su juicio, no se trataba "de un ataque sistemático y organizado" contra la población sino de "un grupo determinado, aislado y concreto de funcionarios policiales".
En el otro juicio, en el popular, tampoco nadie condenó al torturador. Se trataba, simplemente, de hacer lo que la Justicia española llevaba décadas rechazando: dar voz a las víctimas del torturador.
Aquel día de abril de 2014 Chato Galante cogió el micrófono y contó por primera vez en público las torturas que había sufrido. "Mi compañera se llevó el disgusto de su vida. No se lo había contado. No había dicho nada a nadie. Cuesta mucho poner negro sobre blanco el dolor de la tortura. Te hace volver a atrás. Te desnuda", reconocía tiempo después en esta entrevista con Público.
A partir de aquí, Público recopila el testimonio íntegro del activista antifranquista y contra la impunidad de los crímenes de la dictadura que ha fallecido este domingo por coronavirus.
"Desde 1969 fui detenido en cuatro ocasiones. Estuve encerrado en la cárcel 4 años, 3 meses y 17 días. Salí con otros 287 presos y presas políticos con la penúltima amnistía en octubre de 1976.
Quería hablaros, en particular, de la segunda de mis detenciones. Se produce en febrero de 1971 en pleno estado de excepción decretado por la dictadura para frenar las movilizaciones que se están produciendo en rechazo a los consejos de guerra sumarísimos de burgos en los que se había pedido nueve penas de muerte en diciembre de 1970.
A mí me detiene en una casa que compartía con dos compañeros en el Barrio del Pilar (Madrid), Estaba yo solo. Llaman a la puerta. Yo estaba haciendo la cena. Me asomo a la mirilla y veo una vecina. Empiezo a abrir y, de repente, es como un estallido, me golpea la puerta en la cabeza, me aturde y cuando estoy intentando ver qué ha pasado reconozco a González Pacheco. Lo conocía de mi anterior detención.
Entró con un pistola en la mano y comenzó a golpearme en la cabeza. Yo estaba aún aturdido. Me tiran al suelo, me patean y me bajan literalmente a rastras los dos pisos hasta un coche. Una vez ahí tienen la gracia de decir, como hacían habitualmente: 'Estamos cerca de Ciudad Universitaria, vamos a acercarnos allí y le damos dos tiros y después decimos que es un ajuste de cuentas entre ellos'.
Entré en la Dirección General de Seguridad por el callejón de la la calle del Correo. Allí, como siempre, tuve un comité de recepción. Miembros de la Brigada Político y Social y otros policías me hicieron un pasillo donde golpeaban con palos, porras, algún puño americano... En fin, pasas por ahí y te golpean todo lo que pueden. El secreto es intentar que no te tiren al suelo. Si te tiran, difícilmente vas a poder levantarte. Sabía que no había que correr, que había que ir con tranquilidad y aguantando hasta que entraras.
Aquella vez desde el principio me di cuenta que iba a ir mal, francamente mal. Me desnudaron para cachearme, como otras veces, pero esta vez ya no me dieron mi ropa. Me dieron una especie de mono y un tabardo, de estos antiguos de la cárcel que estaban hechos con un material indescifrable. Lo único que estaba claro es que picaba muchísimo. Estuve muy poco tiempo en el calabozo. Me subieron rápidamente a la zona de interrogatorio.
Me esposaron las manos a la espalda y ni me preguntaron. Comenzaron a golpearme la cabeza, agarrado por el pelo, contra el borde de la mesa. Me daban golpes con porras y puñetazos en el cuello y en la espalda. Todos intentábamos tener un truco para aguantar. Yo tenía 22 años. Y tenía muchísimo miedo. Lo que más miedo me daba era 'cantar', delatar a alguien. Pensar que si yo hacía eso no iba a poder vivir bien conmigo mismo en mi vida.
Mi fórmula para resistirme era pensar en una escena como la que estaba viviendo, con la misma mesa y los mismos sicarios, pero con mis amigos, mi padre, la gente que más quería, alrededor de la mesa. Y yo no los podía defraudar. Esa era mi forma de aguantar. Daba resultado al principio, pero era difícil.
Hay un momento en el que descubres que estás desnudo, que te tienen colgado, que te están pegando en los glúteos, en las plantas de los pies, en los genitales... Hay un momento en el que te das cuenta. Que has perdido la conciencia sobre el tiempo que llevas allí. Que quizá te has desmayado y llevas 10 horas... o 10 minutos.
En esa situación ya no había teatro que valga. Ahí lo que descubrí es que me meaba y que me meaba sangre. Recuerdo que pensé: 'Joder, no vas a volver a 'joder' en tu vida. Tenía 22 años y acababa de estrenarme y aquello era bastante dramático para mí. Estuve meando coágulos. Era un dolor tremendo. De aquella me dejaron enganchado a un radiador. Y cuando pasaban por mi lado me golpeaban. Alguno más gracioso me apagaba un cigarro a la espalda.Y te volvían a llevar a la sala [de interrogatorio] y no sabías ni cuánto tiempo llevabas. Intentabas aguantar como fuera.
Recuerdo que González Pacheco entró parsimoniosamente en la sala, con la pinta de hortera de siempre. Se quitó las gafas de aviador yanki, las dejó en la mesa y se puso a hacer gritos y posturas de kárate. Me dijo: 'Estas manos son armas y con ellas voy a destruirte'. Yo pensaba: 'Qué esperpento'. Pero aquel hijo de satanás era capaz de matar. Yo sabía que habían matado a Enrique [Ruano] y que habían matado a otra gente.
Me decía que cómo era posible que aquel idiota, aquel subnormal, me tuviera en la que condición en la que me tenía y así estuvimos mucho tiempo. El tiempo era determinante. En una situación normal normal había que aguantar 72 horas, pero en aquella ocasión, en un estado de excepción, yo estaba en el 'reino de irás y no volverás'. Podían tenerme todo el tiempo que quisieran. Todo el tiempo. Ni mi familia sabía dónde me tenían. Ni tenía abogado ni la posibilidad.
Para ellos yo no era persona. Tampoco un animal. Era una cosa de 22 años. Y yo pensaba que tenía que aguantar. Y ya tenía que aguantar por rabia. Os lo digo de verdad. No aguantaba ni por mis convicciones políticas. Aguantaba por rabia. Porque yo era un ser humano.
Esa misma rabia que sentí entonces es la que uno siente ahora cuando lee el dictamen en el que un fiscal dice que aquello fue un delito de lesiones, como si aquello fuera un partido de fútbol. Te das cuenta entonces que el señor Martínez Torrijos y el señor Zaragoza tienen que encubrir la dictadura de Franco, que se lo ha ordenado el Fiscal General del Estado, que se llama Torres Dulce.
Que están encubriendo al Tribunal de Orden Público franquista, el que me condenó a seis años de prisión en aplicación de leyes fascistas. Que ese mismo tribunal, el TOP, es el mismo que hoy sigue encubriendo a la dictadura [en referencia a la Audiencia Nacional]. Cuando la Justicia española hoy encubre la tortura se convierte en su cómplice. Lo que tenemos hoy es lo que permitieron que perviviera después de la muerte del dictador. No hemos conseguido parar esto. Y hay que pararlo de una vez. Hay que hacer que esta gente, toda, cumpla y pague por los delitos que están cometiendo también hoy y por cada día que pasan sin hacer justicia.
Voy terminando y os cuento el final de mi detención. En un momento me sacaron, me dieron un 'manguerazo' y me dieron mi ropa. Me metieron en una furgoneta y pensé que si me estuvieran llevando a la cárcel de Carabanchel no estaría solo yo. Y entonces tuve aún más miedo. Más miedo aún que en la DGS. Estaba de rodillas. No podía ni sentarme por las heridas en el culo ni estar de pie por las que tenía en las plantas. Pero comenzaron a llegar otros detenidos y me alegró.
Me di cuenta de que me miraban con miedo y con asco. Les pregunté qué día era y qué mes. Porque yo pensaba que había estado meses ahí dentro. Pensaron que estaba loco. Habían pasado 14 días. Catorce días que me habían parecido un par de meses. Entonces me dio la risa. Comencé a reír. Aunque parezca mentira cuando uno iba para Carabanchel iba contento. Significaba que había salido del 'reino de irás y no volverás' y yo había conseguido salir con dignidad.
Me eché a reír porque me acordé de una cosa. Me acordé que cuando me detuvieron y me golpearon en la cabeza, la vecina a la que habían utilizado como señuelo gritaba: 'No le golpeen en la cabeza, que está estudiando'.
Pues eso, me golpearon en la cabeza aunque estudiara.